El señor Martin Scorsese tiene mucho poder, eso está claro, y se le ha encaprichado que hacía esta película, y que la hacía especial, y que encima iba a tratar de hacer un homenaje al cine, y en ese camino glorioso se le olvidó que la película es infantil, es decir, se le olvidaron los niños.
La invención de Hugo es todo menos una película cualquiera. Su columna vertebral es un personaje, ladronzuelo más o menos creíble y aceptable, y un misterio digno que se evapora a mitad de película al menos desde el punto de vista de un niño cualquiera que está acostumbrado a no tener que devanarse los sesos para seguir la trama. Es por esto que no es una película adecuada para los más pequeños, difícil de comprender y pesada en las emociones de adulto de un Méliès demasiado complicado. No es una película inadecuada, es decir, no va a ser un trauma ni mucho menos, pero va a aburrir a los más pequeños del todo y a obligar demasiado a los menos pequeños del todo.
Así pues, con cierto talento en los momentos que gustan dirigir, y más ramplón cuando se trata de meter personajes obligados para no irse del tono infantil para la trama, como el inspector/comisario Sacha Baron Cohen, teatralmente dislocado del resto de actuaciones, la película no va a pasar a la historia más que por la película que el señor Scorsese hizo en nombre de los niños, pero desde luego no para ellos.
Donde la película se convierte en un gozo espectáculo soñador a favor del cine es la parte última, dosificada, dramatizada, recuperada de la memoria de los cineastas de siempre, pero a ritmo de adulto, que aguanta mejor esa parte del film. Mucho hablar de profundidades del corazón, mucho rescate de pensamientos muy potentes emocionalmente sin la simplicidad que necesita un film de corte para todos los públicos. Un error bajo mi punto de vista, un suplicio que alguien podría haber tratado de hacer ver al todopoderoso Martin Scorsese.