Harry Potter por fin he terminado contigo, o tú conmigo. La saga ha caído a mis pies, o yo a los suyos. El caso es que en estas dos últimas películas he podido por fin llegar a vislumbrar el tono adulto que siempre me hubiera gustado vislumbrar en muchas partes de la demasiado escalonada saga.
Si bien es cierto que las simpáticas aventuras eran de agradecer en las primeras sesiones, lo que no le sentó demasiado bien al proyecto fueron dos puntos importantes que acabaron con mi interés al menos inmediato. Punto primero, la cada vez más palpable diferencia entre los guiones y los libros, y cuanto con expertos cercanos que se han acabado los libros con devoción hambrienta, y punto 2, las adolescencia y el eterno camino para mostrarla han manchado los minutos con una facilidad pasmosa.
Sin embargo, no se puede eliminar la percepción positiva de las películas en el mundo del cine, con ese toque muy personal y carismático, con un David Yates muy comprometido y con una historia de varios films que hace falta de vez en cuando, que ya no hay sagas como antes, leñe.
Así mismo, uno no puede dejar de recordar los momentos más tediosos con el señor Voldemor en plan malo hablador, malo blablabla, y no hago nada, a razón de los obstáculos excuseros de la creadora y escritora de la historia, la señora Rowling. Como tampoco se puede olvidar ese eterno nuevo misterio que nadie conoce, sorpréndase usted, mientras nuestro héroe se mantenía siempre bondadoso, sí, pero eternamente dubitativo y parado, como esperado que su amiga la lista siempre la saque del entuerto, palabra esta última muy perfecta para su mundo.
Despidiendo con cariño sus minutos, también con algún reproche sano y poco dañino, la del Príncipe Mendigo es necesaria y está grandísimamente dirigida pero no pega ni con cola con el resto, uno no puede más que esperar que tarde o trempano vuelva a escuchar alguno de los conjuros de la película en alguna sobremesa tardía. Al fin y al cabo Harry Potter ya es historia pero también porque ha pasado a ser leyenda.