Lo que se puede decir de Lo imposible es que es una película capaz y firme en su intento por crear ternura y crudeza en un cocktail bien agitado. La premisa de la historia real, el ruido de lágrimas prometidas de los que se atrevieron al estreno, crearon un tono de film a no perderse que sin ser para tanto sí que cumple con creces con la fuerza del cine y lo que se le presupone capaz de sacar del ser humano.
Potente visualmente, ágil en los momentos de parón, ambientada de una manera inmejorable y reguladora de sentimientos, logra ser el peliculón en boca de todos, llegando a un público genérico y general de igual manera de manos de un director español, Juan Antonio Bayona (El orfanato), que en su segunda película vuelve a acertar.
Quizás algo pomposa en su última parte, demasiado cansada de sí misma al echar el todo por el todo en la primera ráfaga de emociones, pero disculpable y admisible, pertenece a ese tipo de películas que se pueden permitir ser sensibleras y no reconozco del todo que esta lo sea. El olor a catástrofe sobrehumana, la esperanza y fe del ser humano a merced de los elementos, y el reproche natural a nuestra falta de criterio ante lo importante de la vida, son cosas que estas películas sacan a colación con certeza.
{Y aquellos que quieran sumirla en el oportunismo y la comercialidad que se pase por la filmografía de Roland Emerich} y se ve perfectamente la diferencia.