La potencia de realismo del cine británico cuando posee dineritos con los que lograrlo es a veces insustituible. En el caso que nos presenta a Marilyn no han escatimado en medios para lograr el ambiente, la sensación y el carácter oculta y brillante de la famosísima corista.
Siendo una película homenaje pero con claros tintes de ahondamiento en el personajes se muestra bella para con la diva en su tratamiento estético y cruel en lo referente a un guión donde no le dan tregua a una chica nerviosa que sabía demasiado o no quería saberlo. Lo importante del film, sin embargo no es ella si no él.
El cuadro atropellado del actor Eddie Redmayne (Blackdeath), con la dulzura y la chispa que ofrecen los rostros jóvenes, logra sombrear el lugar maldito de admiración por la estrella y el crudo sentimiento por una persona que se aleja del mito. Simon Curtis logra el toque comercial aderezado de entretenimiento y a la vez una chispa de profundidad sin hacer daño que aúna un film muy completo.
El recuerdo de la película es grato, su paso por las retinas del espectador no es dañino e incluso a veces logra una fluidez muy salvable y correcta que pega con el contexto del momento del film y Kenneth Branagh (Valkiria) sostiene el perfil que no entiende con tintes entre cómicos y fieros, muy propios de los actores mando de la época.
Capítulo aparte merece Michelle Williams (Brokeback Mountain), neumática y caderosa, Marilyn de principio a fin, con miradas y senos, con curvas y respuestas gestuales, Michelle Williams logra que pensemos que ninguna otra podría hacerse con el papel y eso es un mérito terrible hablando nada más y nada menos que de la actriz más famosa del mundo.