También la lluvia me ha gustado por varias razones. La primera de ellas por su conciencia de metacine, ese caer de escenas en las que el cine y los que lo secundan y trabajan se muestran duros o blandos, pero ciertos en sus momentos de ego y servidumbre ante el guión.
La segunda razón es el carácter de denuncia social que se le presupone a Icíar Bollaín. La Bolivia más compleja y sencilla, el susurro de un fondo de escenario que nos brinda como normalizado pero que apesta a crudeza, entremetiéndonos de trama a trama hasta concienciarnos quitando el velo al verdadero fin del film resultando reconfortante.
La tercera razón es simplemente el momento de actuación que se da en cada momento. Cada actor tiene su tiempo, Errejalde siempre cortante, García Bernal creíble, Tosar sencillamente lleno de matices, y Juan Carlos Aduviri, tan novato como cierto, es capaz de llevarnos desde una cola servil hasta una revolución coherente con el saber hacer de un actor con experiencia y que transmitiendo con los ojos y pocos gestos.
También la lluvia es curiosamente un esqueleto torcido pero firme que se esconde de todo y lo muestra a la vez. El cine que se muestra inteligencia y cínico pero persigue fines de denuncia cuando está bien entroncado se degusta mejor.