La magia de The artist es absolutamente brillante. El poder del cine mudo transportado al cine actual, con los matices de concepto gestual del antiguo aunado con la potencia visual de la modernidad a su servicio, evidencian una necesidad de homenaje y guiño que contagian a un espectador sorprendido, entretenido y ansioso por la novedad.
El juego con el espectador y sus creencias, el posado de pistas para que vayamos creciendo con las intenciones del film y el delirio compartido por las nuevas formas y maneras de un talento visual tan acertado, logran un aplauso sincero y necesario. El espectáculo está dentro y fuera, dentro del metacine y fuera, en las butacas mecidas por una banda sonora grácil y firme.
Jean Dujardin es ideal para el personaje, chistoso y elegante, alegre y bailarín, hermoso y magnético, encontrando la horma de su zapato con la presencia de Bérénice Bejo, una estrella de los pies a la cabeza, una mujer de ese tiempo pero también de este por un rostro hermoso y una expresión cómplice y transgresora. Ambos bailan, al principio y al final del film, con la eterna idea del amor en los fotogramas.
La sangre fresca en el celuloide, cuando surge desde una originalidad tan esbelta, cuando logra aunar a todos los públicos con tanta facilidad y admiración, deben de ser bien recibida y difundida. Película a transmitir y sobrevivir a los tiempos. Película que sobrevivirá a los tiempos. Cine mudo que tiene que sonar por los tiempos de los tiempos.