Queda mes y medio para que comience la última temporada de Perdidos. Parece mentira que ya hayan pasado cinco años desde que se estrelló nuestro querido avión en la isla. Personalmente, no comencé a ver la serie desde el principio. Recuerdo perfectamente que entonces solía comer todos los miércoles con mi cuadrilla y dos de ellos se la descargaban de internet y estaban enganchadísimos. Sólo de oirles hablar me echaba pa´trás la serie: estaba claro que se trataba de otra engañufla más de seudociencia-ficción donde todo estaba permitido y donde los guionistas estirarían la historia hasta inventarse un final la mar de tonto con el que todo el mundo quedaría insatisfecho.
Hasta que ví un capítulo y me enganché. Sucedió así, automáticamente. Yo iba con todas las prevendas del mundo, pero los capítulos de la primera y segunda temporada de Perdidos eran un orgasmo contínuo. Qué historias tan buenas. Qué personajes tan bien hilados. Qué ingeniería de guión. Arcos argumentales que se abrian y cerraban perfectamente, juegos temporales y flashbacks perfectamente bien traidos y una historia de fondo que no molestaba. Porque esa era la clave de Perdidos: cada capítulo en si mismo valía la pena. Cada capítulo, nos descubría algo más sobre alguno de los personajes de la isla. Bien es verdad que todos estábamos deseosos de saber qué estaba sucediendo en aquella maldita isla, pero nos interesaba también muchísimo conocer el pasado de Locke, Sawyer o Jack.
El último capítulo de la segunda temporada fue el primero en el que se veía la época actual fuera de la isla (si no recuerdo mal). Y así se acabó todo lo bueno. La tercera temporada es para mí la peor de todas, llena de capítulos de relleno, historias sin substancia y una perdida total de interés por los personajes. Tal es así, que se decidió hacer las tres siguientes en temporadas de 16 capítulos en lugar de 24, para no tener que meter tanto relleno. Además, J.J. Abrams prometió implicarse más en el guión y evitar tramas estúpidas.
Fruto de todo esto llegó la cuarta temporda. Sin ser tan buena como las dos primeras, tiene capítulos realmente memorables como La constante, uno de los mejores capítulos de toda la serie, que demuestra una vez más que sólo cuando se consigue implicar a los personajes emocionalmente, se consigue interesar al espectador.
Pero cuando parecía que la serie había recuperado el rumbo llega la quinta temporada. La quinta temporada constata algo que debimos de tener claro desde el principio: los guionistas tienen carta blanca para hacer que finalmente la isla sea cualquier cosa. Va a dar igual si son marcianos, una superraza que estaba originariamente en la tierra y que se alimenta de magnetismo, un rollo onírico de los sueños, el limbo, la atlántida... ¡Da igual! Y eso, de nuevo, es un problema. Porque habernos ido descubriendo durante cinco temporadas la historia que hay detrás de esa isla, debería haber ido acotando las posibilidad y haber puesto a los guionista en aprietos para no descubrirnos qué hay detrás de todo realmente. Sin embargo, lo que han hecho es exactamente lo contrario, ir elevando una y otra vez la apuesta para que no importe si llevas una buena jugada o no: mientras todo el mundo esté expectante cuando descubras tus cartas.
Queridos fans de Lost, nos esperan dieciseis capítulos de personajes vacios subidos a una isla que ya puede ser cualquier cosa. Nos espera, además, un final insatisfactorio o por facilón, o porque no explicará ni la mitad de las cosas que hemos visto durante seis temporadas.
Una auténtica lástima para lo que podría haber sido, sin duda, la mejor serie de la historia.