Fue el Austin Chronicle, si no recuerdo mal, el que usó el torpe calificativo pero, aquí, tan dados a fijarnos en estas pequeñas tonterías, no pocos medios se hicieron eco de ello, empezando por RTVE y siguiendo por esa jungla de aforistas que es internet: la cariñosa (pero algo estúpida) gracieta del diario texano fue la de llamar a Vigalondo "mascota oficiosa del SXSW". Ya digo, una tontería desde el cariño que no pasa a mayores pero que me permito recordar ahora para intentar centrarme en otras cuestiones.
El SXSW, para quien no lo sepa, es el cada vez más puntero y referencial festival de cine de Austin. En verdad, de cine, de música, de tendencias digitales, de todo un poco. Una cita en dinámica alcista en la que, sin ir más lejos, el cine español ha tenido la suerte este año de contar con representantes que han hecho ruido del bueno: 10.000 km (de Carlos Marqués-Marcet) o el propio Richie Gabilondo con Dark Sky: The third wave. Ey, no. Vigalondo, con Open Windows. Perdón.
Lo que venía a contar es que ese desviado apunte de algún plumilla tejano, aún cuando lo pariese desde el cariño que Austin profesa a Vigalondo, me resulta curiosamente más cercano a lo que uno puede esperarse leer aquí, España, y no allí, EE.UU.
Ocurre que Vigalondo es a la dirección de cine un poco lo que James Franco a la interpretación. El cántabro no tiene miedo a las cámaras, sean de TV, de fotos o de cualquier teléfono móvil que haya por la zona. De hecho, es probable que le guste y, es más, que las comprenda y sepa utilizarlas. Me refiero a la hora de ponerse ante ellas, porque tras ellas ya ha demostrado que sabe bien lo que se hace, huelga decirlo. Vigalondo no se calla cuando otros prefieren el regate, y es una figura activa en esa jungla de la que antes hablaba: la nueva plaza del pueblo, las redes sociales. Por lo mismo, es perfectamente consciente de que entre sus compatriotas levanta tantas pasiones como envidias. Pero intuyo que en el fondo le divierte, lo cual siempre es un enfoque inteligente.
Esto no es una ciencia, baso esta breve semblanza en impresiones desde la distancia y puede que la mayoría de ellas equivocadas. Pero, en todo caso, este intento venía como respuesta a ese desafortunado calificativo que aquí algunos vocearon: ¿¿mascota?? No, el carácter extrovertido, festivo, exhibicionista y feliz que creo ver en Vigalondo choca con la inquina natural con que este país mira en ocasiones a aquellos convecinos que triunfan y, oye, disfrutan sin disimulos del éxito.
Vaya, que digo yo que a Vigalondo no le llamarán del SXSW sólo para cantar en el karaoke de turno. Ocurre que es muy querido allá porque sus Cronocrímenes llamaron poderosamente la atención en el festival de Cine Fantástico de la ciudad. No creo que apareciese en Texas disfrazado de oso panda. Lo que llevaba bajo el brazo era un primer largo brutal, que aquí paradójicamente tuvo una distribución pobre, pobre, pobre.
Y Austin no fue el único lugar. Esa opera prima gustó en muchos países y festivales, y granjeó a Vigalondo un interés digamos que -por lo menos- notable en los Estados Unidos. Aceptemos que los yankis "algo" sabrán de esto del Cine. Mientras aquí se le montaba el pollo por hacer chistes así o asá en Twitter, allí se le abrían las puertas a nuevos proyectos.
Ojo, que no quiero pasarme con el peloteo, ni de baboso. Así como me encantó Cronocrímenes (esta misma semana mi compañero Iñaki Ortiz destacaba precisamente alguna de sus virtudes), disfruté menos con Extraterrestre. Por mi parte, aún cuando en general salí con una relajada sonrisa del Cine y, sí, reí a gusto con alguna de las situaciones que planteaba, no terminé de conectar del todo con su particular sentido del humor. Problema mío, al fin y al cabo; que no te guste la carne de pato no quiere decir que esté mala.
Pero esto no cambia mi impresión final. Si algo veo en Extraterrestre es la firma de un tío listo, avispado y que conoce perfectamente el medio y sus mecanismos. En realidad esto ya lo dejó claro con algunos de sus cortometrajes (me encanta 7:35 de la mañana, que es la mención fácil; pero soy además muy fan de esa marcianada titulada Código 7), y no lo perdió en su salto al largo, manteniendo esa facilidad pasmosa para imprimir su sello. Este tío ha creado una firma, incluyendo desde sus películas hasta su manera de contar sus periplos festivaleros a través de Twitter o… lo que sea. De autores con esa desbordante personalidad es algo de lo que no vamos tan sobrados en España.
Y así llego al punto por el que debí comenzar. El 4 de julio se estrena Open Windows que, según veo por el material promocional que va llegando, incluirá una mención a lo nuevo de Richie Gabilondo. Bromas aparte, por un lado reconozco que me da un poco de susto ese desvergonzado tono Brian De Palma ochentero que me parece detectar (pero puedo estar terriblemente equivocado, y en todo caso debo ser de un asustadizo más bien tonto, porque en el fondo me lo paso pipa con películas como Doble cuerpo o Vestida para matar… ay, aquel De Palma), pero por otro lado es recordar la sorprendente habilidad con la que Vigalondo manejaba la perfecta conjunción de ciencia-ficción y deliciosa serie B en Cronocrímenes, y entrarme unas ganas enormes de descubrir qué coño ha hecho en la sala de montaje para dar sentido a la locura técnica que ha tenido que ser esta nueva película.
Lo que tengo claro es que ha traído a España el rodaje, o parte de él, de una película rodada en inglés, con intérpretes americanos. Vale, quejáos de lo que queráis, quedáos con lo prefiráis: es un provocador, es un showman, es un exhibicionista, es un tío condenadamente listo, es un cantante de karaoke, es el complemento de Joe Crepúsculo, es una estrella tras la cámara, le huele el pito a canela; de verdad, lo que queráis. Pero no, no es ninguna mascota. Es uno de los realizadores más interesantes de nuestro país, te guste o no su cine. Y acabarán haciéndole el hueco que necesite al otro lado del Atlántico, si no lo encuentra aquí. Aunque al paso que vamos, cortesía de Montoro, aquí cada vez habrá menos hueco para nadie. Pero esa, amig@s, es otra historia.