Solo tiene 25 años pero ya ha dirigido cinco películas. Ha pasado de sorprender en 2009 con una obra rabiosa y tan irregular como prometedora, como era Yo maté a mi madre, a estar en boca de todos con la ambiciosa Mommy, con una temática muy similar. Muchos le aman y unos cuantos no lo soportan demasiado. Su cine rebosa pasión y exceso. Cámaras lentas, secuencias videocliperas, esteticismo, trucos formales. Él asegura que no le da importancia a la belleza, solo al amor. Que sus películas tienen mucha cámara en mano con iluminación descuidada, pero lo cierto es que en su cine siempre hay espacio para momentos preciosistas. Por el uso de la banda sonora sobre cámaras lentas sus dos primeras películas recuerdan, a veces, al cine de Wong Kar Wai. Hay algún seguimiento de la actriz de Los amores imaginarios, que evoca a las sugerentes imágenes de Deseando amar.
Dolan empezó a actuar a los 4 años,
lo que nos hace entender que a los 19 años ya dirigiera y
protagonizara su primera película. Parecía aún más joven, pues
interpretaba a un chico de 16 años. Yo maté a mi madre, una
historia de un joven gay que tiene una relación tormentosa de amor
odio con su madre, tiene un importante componente biográfico, según
ha confesado. Se nota en la furia de su ejecución, una terapia o
casi un exorcismo fílmico para un autor muy emocional.
Al principio, la producción estaba
siendo costeada por el propio director, aunque finalmente recibió
una subvención. No debió ser suficiente para él, pues después se
ha quejado del sistema de subvenciones de Quebec -su lugar de origen.
En cualquier caso, se notan diferencias de factura dentro de la
película, de composiciones interiores de lo más amateurs hasta
algunas decisiones muy acertadas. Se puede achacar a su
inexperiencia, pero creo que sobre todo hay detrás un desigual
presupuesto. Sea como fuere, no hay más que ver esa ópera prima,
sabiendo la edad de su director, para entender que hay un talento
furioso queriendo abrirse paso. Con el rápido avance de sus próximos
trabajos, uno al año, Dolan no pierde su pasión ni sus obsesiones,
pero va ganando en técnica. Lo que tenemos en Yo maté a mi
madre es un diamante en bruto, rompedor, pero que
necesita ser bien pulido. No se le escapó su talento a la gente de
Cannes, al incluirla en la Quincena de los realizadores y darle nada
menos que tres premios. El mundo ya empezó a saber de ese joven
visceral.
La banda sonora es una muestra clara de
lo que será su cine. Mezcla excesos pop audiovisuales, como el sexo
a lo Jackson Pollock al ritmo de Vive la fête o la cámara
lenta sensual de la discoteca al son de Crystal Castles; con elecciones
deliciosamente horteras como el final de los créditos con Luis
Mariano. Este será uno de sus rasgos distintivos toda su carrera.
Su segunda película, Los amores
imaginarios, es mucho más sofisticada. Hay un mayor cuidado
estético. Como comentaba al principio, algunos momentos visuales
pueden recordar a Wong Kar Wai, aunque no terminan de conseguir la
fuerza que demostrará en su siguiente película. El tono de la
película es muy cercano a los clásicos de la nouvelle vague, con
ese triángulo de amor complicado tan típico de entonces, y con un
especial interés por un vestuario cool. Dolan habla del amor no
correspondido, pero va más allá, adentrándose en ese amor
imaginario, en ese vínculo unilateral que parece sugerir un amor
consensuado. Para ello juega con elementos sugerentes que evocan una
imagen sexual sin que, de manera real, se consume nada. Un
malvavisco puede ser una buena metáfora de una mamada.
Una historia sobre lo frágil de las
suposiciones amorosas, y el abismo entre todo y nada que puede estar
en nuestro modo de entender la realidad. Un vínculo virtual. En esta
ocasión, Cannes le subió de nivel, a la sección Un certain regard.
Con esta película gana en sofisticación y en factura, pero pierde
un poco la energía de su primera obra. Por otra parte, aún no ha
llegado a depurar su técnica, algo que sí conseguirá en la
siguiente.
Solo hace tres años que ha empezado a
dirigir y aún tiene 23, pero en Laurence Anyways parece que
Dolan llevara ya muchos años rodando. Domina una historia que
dura casi tres horas, con una madurez sorprendente en el manejo de
los personajes. La poesía visual de algunas secuencias va más
allá de lo que había conseguido, pero manteniendo la misma idea.
Momentos musicales y una estilización absoluta. Excesos formales tan
flagrantes como en sus dos primeras películas pero que deslumbran
con su plasticidad. La selección musical, una vez más, pasa de la
modernidad de grupos como Moderat o Fever Ray a
elecciones tan "personales" como Céline Dion (Dolan es muy fan
de Titanic, que ha visto montones de veces, muchas de ellas en
el cine. Compara su película con ella, porque ambas son
películas-río de larga duración. Supongo que Céline Dion no es
una referencia gratuita). Seguramente, una de las dos secuencias más
memorables de su carrera (la otra está en Mommy) y que se
podría decir que ya forma parte de la historia del cine es la
siguiente:
Como en el caso anterior, acabó en Un
certain regard y aquí Dolan terminó saltando. Dijo que su película
merecía estar en la sección oficial. Es un tipo arrogante pero
visto desde hoy, lo cierto es que tenía razón. En su siguiente
película no pasó por el aro, él quería sección oficial y la
tuvo, pero en Venecia. Era Tom a la Ferme. En el momento en el
que ya parecía dominar su juego, es decir, intercalar un drama
potente con explosiones pop, rueda su película más distinta y,
en mi opinión, la más interesante. Como si quisiera seguir
experimentando, probando sus límites.
En un juego muy arriesgado de géneros,
donde se mezcla la fantasía erótica con el terror rural, el drama e
incluso algunos puntos de comedia. Paradójicamente, su película más
atrevida desde el punto de vista narrativo es precisamente la que
menos derroches formales tiene. Su factura ya es impecable, y
estéticamente tiene algunos planos estupendos; la atmósfera está
muy conseguida; pero no cae en prácticamente ninguno de sus momentos
musicales, salvo quizá un fabuloso tango, que dejando a un lado su
locura conceptual, no es para nada excesivo.
La película que acaba de estrenar
Mommy, en cierta manera cierra el círculo. Vuelve a contar
una historia muy parecida a la de Yo maté a mi madre, de
hecho las actrices, habituales en su filmografía, hacen casi el
mismo papel. Pero esta vez, ha pasado por una interesante fase de
experimentación y aprendizaje y es capaz de conjugar la rabia de
su primer trabajo con la capacidad estética de Laurence
Anyways. Al ritmo de Oasis, nos deja un plano que
todos recordaremos. Consigue una atmósfera asfixiante, con un juego
muy atrevido, usando un scope de 1:1 (pantalla cuadrada). Recicla
conceptos de su primera película, como por ejemplo, aislar a los
personajes en el plano: en aquella situaba a cada personaje en el
extremo del plano para que no entraran ambos a la vez; aquí usa un
scope tan estrecho que tampoco caben.
Y si hablamos de conseguir cerrar el
círculo, no hay que olvidar que esta vez sí que lo ha conseguido,
sección oficial de Cannes. Además consiguió el premio del jurado,
ex-aequo con el mismísimo Godard. Da la sensación de que Dolan, con
sus 25 años ya ha llegado a la cumbre. ¿Y ahora qué le queda? Pues
no sé lo que le queda pero sí sabemos cuál es su siguiente paso.
Su primera película en inglés, The death and life of John
F. Donovan, con Jessica Chastain de protagonista, Kathy Bates y
Susan Sarandon. Era de esperar que Chastain acabara en su nueva
película, después del pequeño "idilio" que tuvieron en Twitter después de que ella alabara Mommy. Os
lo dejo ahí, la conversación completa en Twitter, en inglés, pero se entiende fácil. Una pista: "beard"
en jerga significa una pareja falsa para ocultar la condición sexual
de uno (la novia postiza para un gay):
@XDolan ill be your little lady 💜
— Jessica Chastain (@jes_chastain) Mayo 27, 2014
Veremos si conquista Hollywood.
Crítica de Mommy