Festival de San Sebastián > Ciclo: La nueva comedia americana
Al grano: mi último párrafo y el correspondiente vídeo resume todo lo que quiero decir. Pero si quieres la versión larga, sigue leyendo.
La primera película de Wes
Anderson, Bottle Rocket, sufre de un mal habitual en las
óperas primas de los grandes cineastas: una limitación patente que
proviene de una enorme falta de presupuesto, y eso hace que no
termine de ser una obra puramente suya. En su siguiente trabajo,
Rushmore, sin ser un derroche de producción, se notan unas
posibilidades económicas más que suficientes para trabajar con el
reparto adecuado y desarrollar con comodidad su universo. En ese
sentido, creo que podríamos considerar esta película como el
verdadero primer Anderson, y como primero que es, quizá sea el más
puro. Así que me parece una decisión acertada incluirla en el ciclo
de nueva comedia americana del festival de San Sebastián.
Ya tenemos todos los objetos de
calculado esnobismo indie, el telón, los uniformes, los objetos
pintorescos. La ornamentación que vemos en la película será la que
marcará el tono de sus siguientes trabajos. Y por supuesto los
personajes. El estirado y casi aristocrático decano Brian Cox,
el siempre cínico y resignado Bill Murray en el papel de un
exalumno de lujo. El grupo de críos, a veces organizados, que vienen
a ser un preludio de los jóvenes de Moonrise Kingdom. Y sobre
todo, el complejo y extremadamente excéntrico personaje protagonista
de Jason Schwartman. Posee varios de los rasgos claves de los
personajes favoritos del director. Se presenta a la vez como un
triunfador iluminado (su enorme participación extraescolar) y se
descubre al mismo tiempo -casi desde el principio- como un farsante
perdedor incapaz de conseguir los objetivos más básicos. En lugar
de buscar una transformación gradual de uno a otro extremo, toda la
película mantiene esa dualidad, consiguiendo en muchas ocasiones un
contraste delicioso entre la realidad y su concepto de sí mismo. Sus
acciones son, como en los personajes que vendrán después,
absurdamente ambiciosas (el acuario, su superproducción de teatro).
La banda sonora también es puro
Anderson, con sus clásicos 60s - 70s, Cat Stevens, John Lenon; y
con flirteos ya con la chanson francesa, Yves Montand. En cuanto a la
composición en sí, repite con Mark Mothersbaugh con quien
seguirá trabajando hasta que llegue Alexandre Desplat.
Aunque todas las piezas ya están ahí,
en realidad cuando digo que es la muestra más pura del director, voy
algo más allá. Siempre ha tenido una manera de presentar las
emociones y los elementos dramáticos de una manera indirecta,
subterránea - o subacuática en ocasiones - dejando que sea el
espectador interesado el que vaya desentrañando de forma activa los
momentos verdaderamente emotivos a partir de lo que se desprende. En
cierta manera, este estilo puede dejar fuera a gran parte del público
y ser una de las razones de algunos rechazos. Con el tiempo, se ha
ido abriendo y colocando escenas más abiertamente emocionales,
siendo Moonrise Kingdom, su última película, el ejemplo más
claro. En Rushmore, sin embargo, no da un respiro al cinismo y
a la distancia de sus personajes. Quizá, la indie más cruda de su
filmografía. El Wes Anderson más puro.
Y llegamos al final y lo prometido es
deuda, resumen. Hay una secuencia en Rushmore (la que muestra
la exagerada lista de actividades extraescolares del protagonista)
que contiene prácticamente todos los elementos del cine de Anderson
y que por tanto confirma que ya en esta obra temprana había definido
su personalidad, después se encargará únicamente de matizarla.
Está su estilo de elección musical (Making Time de The
Creation). Están sus encuadres artificiales, casi caricaturescos,
muchos de ellos con los personajes mirando (o casi) a cámara. Está
la excentricidad de su protagonista, absurdamente ambicioso. Los
planos cenitales de objetos pintorescos. Su gusto por la caligrafía.
El uso de los rótulos. El esnobismo. Está casi todo. Aquí os dejo
la secuencia.