Llega a nuestras carteleras la cuarta entrega la famosa saga Scream, once años después de la anterior. Puede ser un buen momento para recordar la que, entonces, parecía una trilogía cerrada.
Hay que entender Scream como un
estudio del slasher adolescente desde dentro. Las tres entregas no se
separan de las normas y los tópicos del género, al tiempo que
analizan de forma explícita, o sugerida, las características más
importantes de este tipo de cine de terror. Scream es terror,
pero también es comedia, es parodia pero también se toma en serio a
sí misma. Su villano es apaleado constantemente y humillado con
golpes y caídas, pero su cuchillo afilado es letal. En esta senda
peligrosa, entre la risa y el susto, entre la parodia y el homenaje,
se mueve la saga, a veces con más acierto que otras, para conseguir
una charla cinéfila con los fans del terror, dentro de la propia
película. ¿Cuál es tu película de terror favorita?
Antecedentes de Wes Craven
Detrás de todas las películas de
Scream tenemos al mayor especialista del género, Wes
Craven. Realizó algunas de las películas de culto del cine de
terror en los 70 (Las colinas tienen ojos, La última casa
a la izquierda...). Pero seguramente su mayor éxito fue crear el
personaje de Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street (1984).
De hecho, en la primera entrega de Scream hay al menos dos
referencias importantes a esta otra saga. Por un lado, el cameo del
propio director como conserje disfrazado de Krueger (véase la foto sobre estas líneas) y por otro lado,
el comentario positivo que se hace de la primera película,
apostillando que las secuelas no valían nada (Craven no dirigió las
secuelas, a excepción de su nueva incursión años después).
Precisamente este regreso del director
a la saga, La nueva pesadilla (1994), sólo dos años antes
que Scream, que suponía ya la séptima entrega es quizá el
antecedente más cercano dentro de su carrera. La excusa para retomar
la saga hundida por sus secuelas de baja calidad, fue un
replanteamiento en clave de metacine. La idea se llevó al extremo,
con los actores interpretándose a sí mismos, y un juego de espejos
entre realidad y ficción. En cierto modo, con Scream, Wes
Craven vuelve a rondar la idea del cine de terror dentro del cine de
terror, aunque de un modo más asimilable por el gran público (ni
que decir tiene que el éxito fue mucho mayor) y menos radical.
Además, incluía de nuevo la cuestión de las llamadas telefónicas
amenazadoras (en este sentido hay escenas muy similares). En cierto
modo, suavizó su planteamiento, pero sin restarle importancia. Lo
que alguien me tendría que explicar es por qué entre estas dos
obras coherentes y novedosas, perdió el tiempo con Eddie Murphy en
Un vampiro suelto en Brooklyn.
El tema
Básicamente el tema es el mismo en las
tres entregas: el cine de terror, pero con pequeñas diferencias. En
la primera entrega, se aborda el género al completo, las normas no
escritas, las trucos, los errores habituales. Para poner voz al
conocimiento del género del director, aparece el personaje de Randy,
el chico del videoclub, un friki que se encargará de explicar a lo
largo de las tres películas, las claves cinéfilas (su aparición en
la tercera es digna de aplauso). El juego de espejos es interminable
y se podrían poner mil ejemplos, pero quizá uno de los más
rebuscados es en el que Randy advierte al personaje de la televisión
que hay alguien detrás de él mientras ghostface le acecha, y
después otros personajes ven estas imágenes a su vez. En todo
momento la película quiere dejar claro que todas las referencias y
todas las chanzas que se hacen sobre el cine de terror son
perfectamente válidas aplicadas sobre sí misma.
En la segunda parte, el tema se centra
en la secuelas de terror, y por extensión, en la secuelas en
general. Su motivación, sus normas, sus trucos, sus necesidades. La
autoreferencia, en la segunda parte, alcanza un nuevo nivel: no se
trata ya de una película hablando de sí misma sino de una saga
hablando de sí misma. La película comienza con la proyección de la
película de éxito Puñalada, referencia clara a Scream (Puñalada en inglés es Stab, que es un título muy
similar a Scream) y que cuenta los sucesos de la primera
parte, con la licencia poética de repetir los planos de la misma
manera, aunque con otros actores (el personaje de Neve Campbell ya había
anunciado en la primera parte que probablemente la interpretara Tori
Spelling). Las referencias, por tanto, se disparan, pues entre el
público de la película hay gente disfrazada de Ghostface, imitando
a la película ficticia, de la misma manera que en el mundo real
tenemos gente que se disfraza de la misma manera imitando a la
película real. El villano, por tanto, se camufla entre el
merchandising de la película. Además, en esta segunda entrega, se
utiliza el teatro como fondo para seguir jugando a los espejos. Por
supuesto, Sidney (Neve Campbell) es la actriz protagonista de la
función.
En la tercera parte, la cuestión
principal se apoya en los cierres de trilogías, la conclusión. Las
referencias aquí rizan el rizo: la película se está haciendo, por
lo que los personajes tienen sus "dobles" en la realización de
la nueva película. Además, para colmo, el punto inicial de todo
parece centrarse en Hollywood, como queriendo crear un círculo
autoreferencial. En todo caso, no se le saca todo el juego que se le
podría sacar, y la cuestión no está tan bien encauzada como en la
segunda entrega. Por otro lado, la película toma la opción de un
tono más oscuro, con algunas escenas de terror psicológico, con la
protagonista atormentada por la figura de su madre. A la vez, el
humor se vuelve más explícito, lo que desestabiliza el delicado
equilibrio que se mantenía hasta entonces.
Además se van incluyendo nuevos
elementos, como la discriminación racial en el cine de terror, o el
mundo de Hollywood.
El tono
Por mucho que las películas de Scream
estén repletas de detalles, referencias y homenajes; por mucho que
pretendan ahondar en cuestiones del género; nunca pierden su
vocación de cine comercial. En la primera escena de la primera
entrega, el personaje de Drew Barrimore se está haciendo unas
palomitas, que finalmente quedan olvidadas en el fuego. La imagen no
puede ser más evidente, esas palomitas a punto de estallar es lo que
está a punto de suceder. La segunda entrega empieza directamente en
un cine, donde, como he dicho antes, se proyecta un sucedáneo de
Scream. Dentro el público parece una fiesta con, una vez más,
palomitas saltando contra la pantalla.
Por otra parte, la película está llena de humor, quizá tenga más de comedia que de terror. A veces es difícil saber hasta dónde llegan las intenciones humorísticas. Wes Craven, como buen fan del terror, sabe lo fino que es el límite entre una diversión puramente terrorífica y la risa. En qué medida lo fomenta, y dónde quiere poner los límites en su película -si es que quiere hacerlo- es difícil de medir. Como he dicho antes, las normas aplicables a las películas que Scream homenajea, son aplicables a la propia película, y el aspecto cómico no deja de ser una de ellas.
Ghostface
El villano merece una mención aparte. Su característica más llamativa es su condición genérica: es el disfraz, no la persona. De hecho, la persona que lo utiliza cambia a lo largo de la saga, llegando a ser en ocasiones utilizado por dos a la vez. En cierto modo esto lo hace indestructible, al ser más un concepto que un ser vivo. Vemos en la primera entrega a muchos imitadores bromistas que crean una situación inquieta ante la dificultad de identificar al verdadero, pero lo cierto es que no hay un villano verdadero. Todos son imitadores, los asesinos también. Todos usan el mismo disfraz barato, la única diferencia entre unos y otros es quién está dispuesto a clavarte un cuchillo. Por esta razón Ghostface no es especialmente habilidoso, fuerte, inteligente o rápido; puede ser torpe, ridículo, poco astuto. Porque no es una persona concreta con cualidades y defectos concretos, es sólo un disfraz que oculta un deseo de muerte. Ghostface es la muerte que acecha. Puede ser patético, esperpéntico, grotesco, absurdo, pero al mismo tiempo temible.