En el pasado número de la revista Cahiers du Cinema (España), la única revista española de cine en papel que ofrece contenido interesante, leo la crítica de Revolutionary Road, por Asier Aranzubia Cob. El crítico termina su texto diciendo: "Ni que decir tiene que los duelos interpretativos se saldarán siempre con aplastantes victorias de la esposa... de la esposa de Mendes en este caso". En una línea similar, aunque más negativa, comenta mi compañero Hypnos en su crítica"...aunque se come a un DiCaprio que funciona en las escenas de trabajo, pero se equivoca completamente al hacer de Frank un personaje tan poco atractivo...".
Podemos rematar estas críticas puntuales con el panorama de premios de supuesto prestigio: en los globos de oro, Leonardo DiCaprio fue sólo nominado, y ya en los Oscar ni siquiera hay nominación. Y sin embargo, considero, a falta de ver algún trabajo prometedor como el de Micky Rourke en El luchador, que el trabajo de DiCaprio ha sido, de largo, el mejor del año.
El problema es que cuenta con un contra inmenso para su reconocimiento: la sutileza. Si Sean Penn se luce abiertamente con su rol de político gay, o Brad Pitt exhibe su caracterización extraña para optar sin dudas al Oscar, la precisión de DiCaprio pasa por comprender al personaje, y antes que eso, o quizá al mismo tiempo, comprender la película.
Es significativo que la crítica Cahiers comience con "Revolutionary Road es una película confusa..." y que invierta gran parte del texto en dirimir qué es lo que Sam Mendes nos está contando, si A o B, cuando la película es suficiente compleja como para que A y B no sólo coexistan sino que sean partes inseparables de un todo. Querer reducir al personaje de Frank a un estereotipo; "estúpido integral" en el caso de la crítica de Cahiers, y "personaje edulcorado" en el caso de la crítica de Hypnos; es, no ya simplificar el personaje, sino destruirlo por completo, porque es ambas cosas y ninguna de las dos. En definitiva, el personaje supone un retrato hiperrealista repleto de matices.
Si DiCaprio hubiera hecho más evidente esta dualidad, esta ambigüedad, es muy posible que hubiera sido mucho más aplaudido, pero también habría traicionado esta condición de realismo, y, en consecuencia, habría disminuido notablemente la calidad de su interpretación. Es difícil observar su preciso trabajo sin haber conectado primero con el personaje y entrever el por qué de los gestos, descubrir cuando sus palabras son una verdad a medias, y qué demonios está pasando por la mente de ese personaje. Por esta razón, considero el trabajo de este actor tan delicado como arriesgado, y merecedor sin duda, de la etiqueta de mejor trabajo del año. Aunque precisamente son las etiquetas, como A o B, las que no dejan verlo. Seguramente el mejor premio que pueda tener este actor, es haber conseguido que parte del público salga de la sala odiándole mientras otra parte lo comprende, y otros incluso lo odian a la vez que lo comprenden e incluso se identifican con él.
Entre tanto, Sean Penn se llevará el Oscar, después del intento fallido de Yo soy Sam, por un trabajo, por otra parte, también merecedor de alabanzas. Su buen hacer es evidente.