Son las dos favoritas para el Oscar, en dura pugna, y tienen suficientes puntos en común como para hablar de un perfil que ha interesado este año a los miembros de la academia. Tampoco han ido mal en taquilla, especialmente La gran apuesta.
Ambas películas están basadas en hechos reales y retratan un problema social. En el caso de Spotlight la pederastia en la Iglesia católica; en La gran apuesta, el chiringuito detrás de la burbuja inmobiliaria que propició la gran crisis. Y ambas, más allás de eso, suponen un retrato de oficio. En el caso de la primera, es todo un homenaje al periodismo de investigación; mientras que la otra señala el turbio mundo de las finanzas. Las dos abordan un tema complicado, especialmente, La gran apuesta, que se ve en la dificultad de explicar las intrincadas particularidades de las hipotecas subprime, e incluso, juega con esa dificultad a modo de gag. Spotlight no es tan complicada, pero sí que tiene una buena ensalada de nombres, de procesos legales y periodísticos. Esto se traduce, en ambas, en un torrente incansable de diálogo que inunda todo el metraje. Que no callan, vamos.
Otro punto en común es un reparto coral de calidad, con intérpretes buscando dar el do de pecho, como el tuerto asocial Christian Bale o el explosivo Mark Ruffalo. El reparto y el ritmo dialogado son los dos puntos fuertes de ambas películas. También considero que su punto débil en el guión es el mismo en las dos. Ninguna consigue encontrar el hilo dramático, cuestión que en definitiva es en general más importante que los temas de los que se pueda hablar. En La gran apuesta se busca una redención y un dilema moral, que no resulta creíble y que no termina de estar en consonancia con el resto del planteamiento. Un añadido torpe que no consigue darle fondo al guión. Algo parecido ocurre en Spotlight, donde hay discusiones artificialmente intensas, subrayados emocionales y demás recursos aún más torpes que en la otra. En definitiva, la investigación es interesante pero no da para -o no se ha conseguido- desarrollar un hilo dramático. Y mira que se intenta. No deja de ser un relato correcto sobre un caso periodístico.
Quizá, el mayor contra de ambas está en su anodina dirección. En el caso de La gran apuesta, un trabajo funcional con amagos juguetones, demasiado convencida de la capacidad deslumbrante de su contenido. Spotlight es correcta y sobria, no hay por qué pedirle más, pero creo que para quedar en el recuerdo, como sus homólogas setenteras a las que tanto quiere parecerse, debería tener más sabor, más fuerza, más sentir esa redacción, el olor del café, el tacto del papel. Todo ello sin necesidad de dejar atrás la buscada sobriedad. Le falta, en definitiva, alma.
Y Steve Jobs?
Tenemos el ejemplo reciente de otra película con muchos puntos en común. Hechos reales, un retrato del mundo de los negocios, un buen reparto, un guión de diálogos inacabables -aunque aquí las cuestiones técnicas se dejan a un lado. Sin embargo, Sorkin sí consigue hilar un fondo dramático que convierte a la película en una obra completa, independientemente de los hechos que cuenta. Incluso se atreve a romper la cronología real, tirando de licencia poética, para crear un artefacto que represente la realidad en lugar de copiarla. Además, aquí sí que importan los personajes. Por otro lado, Danny Boyle complementa el ritmo del guión con su propio dominio del tempo, aportando una personalidad con poso y una potencia que las otras dos no consiguen ni de lejos.
En cualquier caso, son dos películas entretenidas y con un mensaje positivo. En el caso de Spotlight, menos necesario, pues la cuestión de la pederastia en la Iglesia está más que tratada -y mejor no compararla con El club- aunque puede servir para crear el gusanillo del periodismo de investigación más peleón. Lo de La gran apuesta me interesa más, porque, si bien Inside Job ya nos lo había contado con más detalle, es importante que los entresijos de la crisis llegue a tanta gente (ha recaudado más de 100 millones de dólares en todo el mundo) y se intente transmitir de una forma más popular, rompiendo también con la idea acomplejada de que hay cosas que simplemente no vamos a entender.
Dos películas correctas que fallan precisamente en su esencia de obra cinematográfica.