Teatro y cine: Roman Polanski


12 de Enero de 2014
por David RL

El 31 de enero, si no llegan cambios de fecha de última hora -que suele pasar-, se estrena en España La venus de las pieles, lo último de Polanski y, de nuevo, con fuerte aroma teatral. Buena (y simple) excusa para repasar la relación intermitente del director polaco con el mundo del teatro.

Venus in furs

Polanski es, por encima de cineasta, un artista multidisciplinar. Actor antes que director (aunque mejor director que actor), sabe lo que es dirigir e interpretar tanto en Cine como en Teatro, y no sólo eso: También ha metido mano en el mundo de la ópera. Lo que se dice un culo inquieto. Pero no adelantemos acontecimientos. Empecemos, quizá, por la parte más visible de la Luna, esa que luce en la gran pantalla.


Dirigiendo teatro en la pantalla

Son tres las piezas teatrales que Polanski ha convertido en película. La primera, con el ánimo apagado aún tras el tristemente célebre asesinato de su esposa Sharon Tate y producida por Playboy en imposible alianza cultural, fue Macbeth.

Macbeth

Para muchos, la audaz adaptación de Polanski supera a la de Orson Welles (y me incluyo), y profundiza mejor, sin miedos, en la oscuridad de la obra maldita por excelencia de Shakespeare. Las monólogos que él convierte en una acertada alternancia entre declamación y voz en off; la desnudez de las brujas; la brumosa puesta en escena; esa apropiada suciedad escénica; el fantasmagórico y violento tramo final... Son incontables los aciertos de una película, ante todo, valiente.

El segundo reto teatral es La muerte y la doncella, a partir de la obra de Ariel Dorfman. Polanski escoge a Sigourney Weaver para un papel protagónico fuerte, complejo, con Ben Kingsley ofreciendo un contrapunto casi 'grimoso', confuso, obtuso. Polanski disfruta encerrando a sus personajes entre cuatro paredes, sólo sacándolos de tanto en cuanto al porche de esa casa situada en alguna parte de Latinoamérica. Únicamente el prólogo y el epílogo nos sacan de esa localización.

La muerte y la doncella

Este punto, que Polanski explota de nuevo en Un dios salvaje, no es problema para él: al contrario, de manera reiterativa en sus propias propuestas puramente cinematográficas ya lo ha buscado y aprovechado. Recordemos que La semilla del diablo, Repulsión o El quimérico inquilino nos sitúan a personajes cuyo progresivo 'encierro' mental se escenifica en esos apartamentos cada vez más estrechos, con tomas cada vez más pegadas al suelo, filmadas con lentes cada vez más cercanas al gran angular... Encerrar a sus personajes es, para Polanski, un oscuro placer.

En La muerte y la doncella, el trasfondo político pierde relevancia (especialmente al no explicitar la localización concreta) para potenciar el dilema moral sobre el que se construye la totalidad de la trama, jugada a tres entre la parte activa (ella), la parte pasiva (su marido) y la víctima, que inició en su día el drama estando precisamente en el rol opuesto del juego.

Polanski se entretiene tensando la cuerda y no permitiendo a sus personajes ni un segundo de respiro, incluyendo un desenlace emotivo filmado en Galicia y sostenido, casi íntegramente, sobre un primer plano de Kingsley.

Un resultado meritorio (quizá ese sea el adjetivo más ajustado) con el que saltamos desde 1994 hasta hace apenas dos años: Llegamos así a Un dios salvaje, película ampliamente comentada en esta web, por varios de mis compañeros. No me extenderé gratuitamente, por lo tanto, pero está claro que entre la mala uva ya presente en la obra de Yasmina Reza, Polanski encuentra un material aparentemente cómodo de filmar, un rodaje plácido y para pasarlo bien, para disfrutar disparando con cinismo y sarcasmo. Los actores saben perfectamente en qué están metidos mientras él se afana en jugar con espejos para hacer muy presente y visible la cuarta pared.

Dios salvaje

Una vez más, Polanski demuestra que él no necesita "airear la obra" original para hacer cine con material teatral. Al contrario, disfruta con el encierro, con los mínimos elementos contextuales.

El salto es menor, ahora, un par de años, no mucho más. En realidad, la nuevo película de Polanski no es la adaptación de una obra de teatro, sino de la novela de Sacher-Masoch. Por supuesto, es un material literario que, por el camino, se ha explotado ya en numerosas ocasiones en las tablas. Su propia naturaleza se presta a ello. Sólo resta esperar al día 31 de este mes para ver cómo ha disfrutado el viejo Roman con su enésimo juego de máscaras e interpretaciones. 


Pisando tablas

Que Polanski es actor lo sabe cualquiera que haya perdido algo de tiempo viendo Cine: Estupendísimo y agudo comisario en Una pura formalidad, o protagonista en sus propias películas (El baile de los vampiros; El quimérico inquilino). Simples ejemplos. Su cameo en Chinatown ha pasado a la historia. Pero Polanski se ha quitado el gusanillo de la interpretación más y mejor en el mundo del Teatro.

Ahí, ha sido desde Gregor Samsa hasta Mozart. Empezó en Varsovia: cronológicamente, antes actor que director. Pero pronto acabaría por dedicar más tiempo a su vena autoral que a la actoral. Ya consolidado en el panorama cinematográfico como el Polanski director que todos conocemos, fue recuperando su nervio interpretativo: En el 78 se destapó con Esperando a Godot (de la que tanto tiene Cul-de-sac, por cierto). Tres años después, Amadeus, que dirige y protagoniza, primero en París y luego en Varsovia, volviendo triunfal a una Polonia ya muy cambiada.

Esta pieza de prestigio, firmada por Peter Shaffer, vuelve a dirigirla en La Scala de Milan, en el 99. Un éxito pero, por encima de todo, conjuntando elementos y nombres propios, un acontecimiento.

Amadeus

Antes, pasaron por las manos de Polanski una versión teatral de La metamorfosis de Kafka, una adaptación de El baile de los vampiros y muchas otras. Eso sí, con él o sin él en el plantel actoral, siempre encargándose de la dirección de escena. Por cierto que en 2006 se realizó en Berlín una nueva adaptación (¡musical!) de El baile de los vampiros que, esta vez, él se limitó a supervisar.


Ópera: por completar la jugada

Se escapa ligeramente del tema de este artículo, pero no está mal comentarlo, ya que seguimos hablando de las mismas tablas. Y es que el nervio escénico de Polanski también se ha visto reflejado en la ópera, donde se ha encargado de la puesta en escena de tres títulos. Que conste en acta, como reflejo de la inquietud de un espíritu creativo más que extraño en el mundo del Cine -hoy y ayer-:

En el 76 la Ópera de Munich acogió la representación de Rigoletto bajo el sello escénico de Polanski; en el 92, Los cuentos de Hoffmann (Offenbach) en la Ópera de la Bastilla; y dejo para el final su primera incursión en el género, por lo peculiar. Y es que no deja de ser llamativo que en su primera intentona huya de los clásicos para pegarse con un libreto complejo y moderno de Alban Berg, Lulú. Fue en el Festival de Spolète.

Si algo ha quedado claro, es que este tipo nunca ha tenido miedo. Desde luego él no es el único director de Cine que se ha atrevido con ópera, con teatro, con otras vías de expresión artística. No son muchos, en todo caso. De momento, que Polanski nos dure tanto como sea posible.




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Carátula de la película La Venus de las pieles

La Venus de las pieles

 (La Vénus à la fourrure)
5/5
Director: Roman Polanski
Actores:
Emmanuelle Seigner
Mathieu Amalric
 



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