Soy uno de esos anticuados que aún le encuentra cierta magia a seguir una serie cuando la ponen por televisión, algo que está completamente pasado de moda. Eso es lo que he hecho con la primera temporada de The Walking Dead ahora que la han pasado en La Sexta, como probablemente habrán hecho muchos de los lectores teniendo en cuenta la audiencia que ha conseguido. Ya que ha sido calificada por muchos como la serie del año, creo que no está mal hablar un poco de ella.
La primera temporada cuenta con tan
sólo seis capítulos de 60 minutos cada uno, suficientemente poco
como para que ni siquiera de tiempo a aprenderse los nombres de los
personajes principales. Desde el primer capítulo la serie ha
presentado sus características de forma clara. Una cuidada
producción con buenos efectos especiales, sin duda un duro trabajo
de maquillaje, rodaje principalmente en exteriores, y un reparto muy
amplio y competente. Hasta aquí podríamos compararla con otras
series de éxito como Perdidos o 24. Seguramente la
gran diferencia la encontramos en un ritmo soprendentemente pausado,
tranquilo, que llama la atención en el medio televisivo. Largas
secuencias que demuestran una seguridad en cuanto a la aceptación
que puede tener el producto, que no demostraban esos otros ejemplos.
Desde el principio se apuesta en apoyar todo el peso dramático sobre
unos personajes bien construidos y sus interrelaciones -básicamente
como en la mayoría de las series.
La estética es uno de los valores de
esta serie, ya que además de contar con una buena factura, juega con
una estética llamativa - el sherif a caballo, las calles
desiertas- seguramente reforzada por ser la adaptación de un comic
del mismo nombre, aunque ciertamente la estética de la serie es
mucho más sobria.
El desarrollo del guión no presenta
sorpresa alguna. Bebe claramente de las principales recientes
películas de zombies (o similares) para plantear conflictos y
resolver situaciones. Paralelismos claros con 28 días después,
Soy leyenda o El amanecer de los muertos. Cualquier
espectador que conozca un poco el género no se sorprenderá. Este
cierto convencionalismo en el desarrollo, que contrasta con la
mayoría de las series de éxito actuales, es compensado en los
primeros capítulos con la buena calidad del guión, el gancho de los
personajes y el ritmo lento pero constante. Sin embargo, a partir del
tercer capítulo, pero muy especialmente en los dos últimos, esta
calidad desaparece casi por completo, ofreciendo situaciones
forzadas, diálogos dispersos, un rumbo narrativo que va dando
bandazos, personajes desaprovechados y la pérdida de toda sutileza.
En concreto, el último capítulo de la temporada, es a momentos muy
artificial y a ratos disparatado.
Frank Darabont (Cadena
Perpetua, La niebla, de Stephen King) es el creador de la
serie. Se permite dirigir el primer capítulo, lo cuál muestra una diferencia abismal con el resto, con planos mucho más
elegantes y una tensión contenida que no volvemos a disfrutar después (sin llegar tampoco una atmósfera de terror, quizá en parte por no cerrarse demasiado a parte del posible público). Aunque participa activamente en el guión de varios capítulos,
es en los primeros donde su mano se percibe de forma más clara,
especialmente en la génesis de los futuros conflictos de algunos
personajes predestinados a villanos (algunos aún por definir), tan
propios del Stephen King a quien el director parece venerar.
Definitivamente un buen comienzo que
pronto se ha ido perdiendo, habrá que darle una oportunidad a la
segunda temporada para ver si retoma el vuelo, pero es muy mala señal
que ya haya perdido calidad en los primeros seis capítulos, y
tampoco es buen augurio que no se hayan desarrollado más los
personajes en 6 horas de metraje. Esta nueva moda de que directores
de prestigio dirijan el primer capítulo y luego se bajen del carro
no parece demasiado prometedora a largo plazo.