Un palmarés suele ser siempre discutible, y en el festival de Cannes muchas veces lo ha sido demasiado (el ejemplo más flagrante lo encontramos en Fahrenheit 9/11), sin embargo, a diferencia de otros festivales como el Zinemaldi, éste no siempre está atado a una obligación con el contenido social. Si fuera así, este año habría ganado la película de Jacques Audiard, Un Prophète, de mensaje, estética y contexto abiertamente social, que además, seguro que es una buena película. Sin embargo, en su lugar, la ganadora finalmente ha sido la segunda en las quinielas, la película de Michael Haneke, La cinta blanca, que más que mensaje social, supone una reflexión acerca de ciertos aspectos de la sociedad, que no es exactamente lo mismo. En este sentido, el jurado de la nada imparcial Isabelle Huppert, ha optado por dar el premio a un cine más grande.
En cuanto a mis intereses hacia los títulos vistos en esta edición, simplificados de forma numérica en mis 7 películas más interesantes de Cannes, se ven, si cabe, reforzados por las elecciones del jurado. De las 6 opciones de sección oficial que incluí, las 5 primeras se han llevado premios, algunos de mayor importancia otros menores, aunque al final esto no signifique demasiado para mí, más que un mayor empuje de distribución para películas como la del coreano Park Chan Wook, que se lleva para su película Thirst, la mitad del premio especial del jurado. Ang Lee finalmente se va sin nada, seguramente porque simplemente ha hecho una buena película. Mi mayor interés se queda con el menor de los premios, Mapa de los sonidos de Tokyo de Isabel Coixet, ha de conformarse con el premio a la mejor contribución técnica para su técnico de sonido, Aitor Berenguer. Ante todo, este premio me parece una grandísima noticia para nuestro país. Que recaiga sobre un español un premio a la mejor contribución técnica creo que es una gran puerta abierta a la esperanza a que en nuestro cine pueda consolidarse una factura técnica de calidad, quizá el punto que más se nos resiste, y parte esencial para ganarse al público. Ojalá que este profesional no tenga que emigrar como otros tantos a EEUU. De momento, aquí trabaja con los mejores.
En una de las ediciones más completas -ya no de Cannes sino de todos los festivales en general- que veíamos en años, la crítica parece haberse comportado como siempre, tachando un porcentaje fijo de los participantes y alabando unos pocos trabajos, casi siempre los menos atrevidos, como si fuera norma de conjunto más que una valoración particular de cada película de forma independiente. También se me podría achacar a mí que estoy haciendo una valoración del conjunto de la crítica, igual de injusta. De entre los enviados a festivales siempre termino leyendo las palabras de Oti Rodrígez Marchante en su blog Una de piratas, antiguo colaborador de ese programa esencial que era Qué grande es el cine. Coincido con él sólo a veces, como es natural, pero lo considero una voz sensata entre el griterío general. Al contrario que muchos otros, no parece cansado de su trabajo, ni del cine, imagen que desgraciadamente ofrecen muchos enviados a festivales, tanto por sus reseñas como por la actitud que puede comprobar un servidor en el festival de San Sebastián.
Oigo este año afirmaciones que me dejan atónito. Por supuesto, no puedo entrar en demasiadas valoraciones de las películas, al menos fuera del espíritu precrítico, hasta que tengamos la suerte de tenerlas por aquí, pero muchas de ellas se me antojan ya incomprensibles. Algo que he podido leer en varios medios en relación al trabajo de Quentin Tarantino, Malditos Bastardos, es que tiene demasiado diálogo. Toma ya. Sería como quejarse de que la última película de Shyamalan era demasiado increíble, aunque claro, eso también se dice. Oigo también de varias voces, que su película es vacía, como si alguien esperase de este bandido del videoclub una reflexión sobre la guerra, la vida y la muerte. Bastaría a estas alturas con admitir "A mí es que Tarantino no me convence". Otras críticas a la película sí son más preocupantes y más aceptables, como su presunta falta de ritmo.
En las primeras críticas a la ganadora, La cinta blanca, se oía decir que la película era fría. Sinceramente, no sé si alguien esperaba que Haneke hiciera una película de Spielberg. Evidentemente su mirada tiene el frío de un bisturí afilado, pero eso sí, penetra hasta dentro. Y por terminar con las afirmaciones comunes, la última ha sido para la película de Coixet; el adjetivo, "inverosímil". Quizá cuando vea la película sea yo el primero que enarbole este apelativo a voz en grito defraudado por el cambio de la directora, pero sinceramente, cuando ya ha dejado claro más de una vez que el tono de su guión descansa en gran parte sobre la literatura del escritor japonés Haruki Murakami -que básicamente no tiene ni pies ni cabeza-, no podemos espantarnos por una historia inverosímil. Quien quiera disfrutar de ello, deberá aferrarse a los sentimientos y las sensaciones que veremos si funcionan; quien prefiera atar corto a la directora, con un cine que parece por obligación suyo, posiblemente se quedará en el tópico: es inverosímil, sí. Está claro que los cambios no gustan.
En cualquier caso, quizá todas mis quejas se deban a la pura envidia de sentir tan lejos el evento cinematográfico más importante del año. Envidia pura, sí, aunque no me quejo, al menos tenemos el festival de San Sebastián, que no es cualquier cosa.