Arrancó la 65ª edición del festival más importante del mundo. Que si menos festival, que si menos independiente, que si más mercado, que si más glamour, que si menos aquello o más lo otro. Siempre se hablará de Cannes y siempre habrá mucha queja, mucha crítica, mucha mirada de soslayo. Pero lo cierto es que, año tras año, la expectación que levanta es sueño y quimera para el resto de festivales del circuito internacional.
Este año, todo un lujo, el fichaje para la inauguración era Wes Anderson. Autor independiente muy al estilo de la industria norteamericana: Hace lo que quiere pero extrañamente protegido por presupuestos holgados, mimado por las grandes firmas, permitido y siempre perseguido por actores de primera fila, que desean estar ante su cámara sea cual sea el proyecto. Moonrise Kingdom no es una excepción, como bien relata mi compañero Sherlock en su precrítica. Bruce Willis, Tilda Swinton o Edward Norton son dos ejemplos diáfanos. Además de habituales de la casa como Bill Murray o Jason Schwartzman.
Lo nuevo de Wes Anderson ha gustado, la gran mayoría de las reseñas enviadas desde tierra gala así lo certifican, salvo excepciones puntuales. Pero tampoco parece haber entusiasmado como sí lo hicieron en su momento las desventuras de los Tenenbaums o los despropósitos marinos de Steve Zissou. Sea como fuere, todos apuntan que es producto idóneo para el disfrute de los fans más fans del director, así que si te encuentras entre ellos no debes preocuparte.
La maquinaria deslumbrante de Cannes ya está en marcha. Ahora solo falta que el (mucho) cine que pasará por sus pantallas rinda al nivel.