Pues sí, la criatura se ha quedado huérfana. Ese alien, quizá el más inolvidable de los monstruos del Cine (aún cuando los puristas se me mosqueen recordando al Frankenstein de Karloff y otros clásicos de fácil -pero justificado- recurso) se ha quedado sin su padre: H. R. Giger, el artista suizo. Descanse en paz, maestro.
Giger ya ha escrito en oscuras, viscosas y sinuosas letras oscuras su nombre en el libro de la Historia, al crear a esa compleja criatura con tan peculiar sistema reproductivo: el xenoformo; así como gran parte de su entorno natural, esa nave casi más biológica que mecánica. Y, por supuesto, también una imagen que ha pasado al imaginario colectivo, al recuerdo de todo cinéfilo: el space jockey, ese viajero intergaláctico ya fosilizado y que marcaba un punto de inflexión en la primera película de la saga (sin duda, la mejor).
Falleció ayer, por culpa de una caída en su casa de Suiza, seguramente una de esas muertes desafortunadas, doblemente desgraciadas por tontas, por injustificadas, por inexplicables, casi. Tenía 74 años. Entre su legado artístico, ese universo del que tiene tanto mérito como Ridley Scott.