Crítica de la película Happy. Un Cuento Sobre La Felicidad por Hypnos

Happy Go Lucky – me abstengo aquí de referirme a ella por el título español – es una película complicada para el espectador. Mike Leigh comienza construyendo el film de una manera netamente contemplativa y costumbrista, incluso exasperante, con la larga secuencia de la vuelta de fiesta por parte de Poppy y sus amigas. No me cabe ninguna duda de que Leigh ha sabido retratar perfectamente gran parte del mundo de londinense treintañera que no trabaja en la City. Y avanza el film sin que el espectador tenga nada a lo que asirse más que Poppy y su manera de afrontar la vida, con un realismo salvaje, esto no es Amelie.

Se empiezan a introducir subtramas como la del niño que evidencia problemas en casa y uno cree que la tragedia o lo agrio de la película desembocará por ahí, que incluso puede haber algún momento de historia cruzada, pero nada de eso, la tragedia acaba sacudiendo en el coche con Scott.

A lo que me quería referir es a que uno, según avanza la película, es incapaz de predecir qué puede suceder, ni cuánto más va a durar. Ésta suele ser una sensación que me produce incomodidad en una sala de cine, pero que aquí Leigh ha sabido atemperar con un pulso firme, como un cirujano.

El guión es lo suficientemente ambiguo como para tomarlo como si de un cuento se tratase, con su punto de irrealidad; o como si de una historia muy real se tratase. Pondré como ejemplo la escena en la que el educador social asiste al niño, y en la que conoce a Poppy. Tras un momento desgarrador en el que el niño confiesa que el novio de su madre lo maltrata, Leigh nos mete una escena en la que dan por supuesto que todo irá bien y en la que ella consigue el número de teléfono con varias chanzas. Loach hubiese hecho un drama de esto, pero Leigh nos muestra esa forma de ser de Poppy como su mecanismo de supervivencia. ¿Realmente ella cree que no pasará nada? Lo dudo mucho.

Amelie trataba de ayudar a la gente a través de actos, Poppy pretende sobrevivir a través de su optimismo. ¿Es real que gente que trabaja en temas sociales pueda aparcarlos y no se deje llevar en la vida personal por ello? Lo dudo mucho. Poppy consigue hacerlo, y la pregunta que debemos hacernos es si porque es una exageración en clave de cuento, o porque, simplemente, busca aislar su vida con ese optimismo.

Pese a ser un guión básico en cuanto a premisa argumental: Poppy es una profesora que vive con una amiga y que decide dar clases prácticas de conducir; su lectura y complejidad es fascinante.
¿Qué sentido tiene la escena en la que se encuentra con el mendigo? Leigh no lo explica, tampoco necesita hacerlo porque el punto de vista es el de Poppy, y ella no se explica las cosas, ella pretende ser feliz y no hablar abiertamente. ¿Y si es su padre ese mendigo? Desde luego, en la mirada final de Poppy hay algo más que ganas de ayudar a un mendigo desconocido.

Tampoco creo que el guión sea tan simplista como anteponer a un hombre totalmente pesimista – Scott- con una mujer totalmente optimista – Poppy-. El personaje de él queda bien delimitado: una persona con falta de cariño que malinterpreta, no la actitud alegre de Poppy, sino otras cosas mucho más machistas como pueden ser llevas unas botas altas, minifalda y un escote. No creo que Leigh quisiese reflejar a un optimista de “cuento”, sino a un tipo de hombre muy concreto y determinado.

Uno sale de esta película sin ser capaz de hablar sobre ella, de continuar con la tesis propuesta. Y esto no sucede por la poca pericia de Leigh, sino por su capacidad de condensar tanto en tan poco. Claro que esto no evita el que uno piense que la película está demasiado desligada y que la desorientación acabe haciendo mella.
Sobresaliente trabajo de todo el reparto, con especial mención a Sally Hawkins y a Eddie Marsan. En-ra-ha!