La clave de esta película es su director Benoît Jaquot. El cineasta francés, de estilo y calma propia en la narración, con un historial de película muy talentosas y personales a la vez que ancladas en un universo de literatura, secundan la buena aceptación de una película que sorprende o al menos parece que no se rechaza.
La inestimable necesidad de retornar a la Bastilla, a la Revolución francesa y su reina María Antonieta, la necesidad de recordar su pasado elitista de la corte, promueve siempre miradas entorno a aquellos momentos de ser humano ensartado en el sin sentido, que no dejan indiferente al resto del mundo que parece ser muy poco mercantilista con las casas reales que también se poseen.
El ejercicio de esta película, al parecer pulcra y perfecta en cuanto a la ambientación, rozando la escrupulosidad documentalista, no deja de lado lo importante de su personaje principal, no la reina sino la protagonizada por Léa Seydoux (La belle personne), muy entonada y apoderándose de Diane Kruger (Malditos bastardos), más famosa para todos dentro y fuera del film.
Y si me apetece acercarme a la película es porque si encima de estar bien llevada, bien recreada, ofrece una mirada potente y humana en mitad de ese circo cortesano y puedo bloquearme con los diálogos recitados de un mundo agotado por sus golosas y celestiales costumbres, uno se entrega a uno de esos vicios que es recrearse ante lo conocido que sabes te embelesa y aturde, el cine de época de reyes y reinas superfluos.