Prefiero arrancar con los males de Enemigos públicos, que principalmente apuntan en una dirección: Lo que se cuenta en la película lo conocemos todos. Al menos, el discurrir de la trama, la pose de sus personajes, el sino de cada uno de ellos, a menudo incluso muchas de sus réplicas.
En este sentido da la sensación de que Michael Mann ha preferido acomodarse al narrar una historia de ambientación clásica, recurriendo no sólo al homenaje explícito durante el propio film (los títulos que el protagonista acude a ver al Cine, como la mismísima El enemigo público número 1) sino a los derroteros acsotumbrados en este tipo de narraciones: el protagonista carismático, la chica del gángster, las entregadas y cada vez más frustradas fuerzas del Orden... De pé a pá.
A esto además hay que sumar otro problema importante: Christian Bale está en la película... pero como si no estuviera. Por un lado el guión no ayuda, el suyo no es casi ni personaje, es la sombra tras Dillinger pero no tiene fondo, no tiene chicha, no tiene pasado y, en definitiva, no tiene motivaciones. ¿Por qué esa entrega para cazar a Dillinger? ¿Le va la vida en ello o es simplemente su trabajo? La actitud de Bale tampoco ayuda, con ese constante gesto de indiferencia, de pasotismo, seco, sosísimo, como desganado. Bale ha confundido aquí sobriedad con deficiencia.
A partir de aquí llegan los aciertos. Si el devenir de la historia es convencional, no lo es al menos el punto de partida: No llegamos a conocer el fulgurante ascenso en el mundo del hampa de Dillinger, sino que directamente Mann nos lo presenta ya en la cresta de la ola: Un acierto. Además, lo hace con esa gran escena inicial; nada de atracos, sino una secuencia en la que saca de prisión a varios amigos. Un forajido de honor.
Y si la trama y su desarrollo son convencionales, no lo son para nada los métodos narrativos de Mann. Ya lo veíamos venir, pero en varios momentos lo lleva al extremo. Eso sí, llama la atención que mientras la película transcurre por sus minutos menos interesantes (Dillinger de banco en banco) la fuerte apuesta por el vídeo digital tampoco es del todo aprovechada, ni siquiera en las secuencias de robos. Es cuando Mann se centra en la caza policial cuando todo mejora: exprime a fondo las posibilidades que le otorga el formato HD, mejora el tempo, se vicia positivamente la atmósfera. Una escena sirve de ejemplo perfecto: El tiroteo en la casa del bosque, donde da la impresión de que, en interiores, Mann rueda con iluminación natural de la propia casa, con la cámara muy encima de los actores, sin disimular para nada la naturalidad de la puesta en escena, potenciándola. En definitiva, sitúa al espectador dentro del tiroteo, visual y sonoramente. Una pasada de escena.
Mann es un tipo cargado de talento y que, a día de hoy, ha llevado la filmación en HD a donde ningún otro realizador. En este sentido, Enemigos públicos gana peso con secuencias puntuales que, incluso cuando la película vuelve a caer en diferentes puntos ya conocidos, rescatan con poderío una vez más la sorpresa del público. Es el caso de dos secuencias de una comicidad tensísima (la primera secuencia en el Cine: "Miren a su derecha... miren a su izquierda..."; o la visita del propio Dillinger a las dependencias del Escuadrón Dillinger en la Comisaría) o del mismo desenlace.
Esa magnífica secuencia final está filmada por parte de Mann con una confianza en su propio talento insultante. Llevando las pausas al límite. Controlando no sólo el pulso que manejan sus imágenes sino el del propio espectador. Bravo. La muerte del personaje, seca y violenta, está muy a la altura.
En definitiva, estamos siendo testigos de un esforzado camino de experimentación con el vídeo HD por parte de Mann que esperamos que, de aquí a poco, no dé para títulos interesantes como éste, sino para películas de primerísimo nivel que, como ya ha demostrado antes (El dilema es el ejemplo evidente), sabemos que es capaz de hacer.