Todos aquellos que no pudimos disfrutar de ella en el pasado Zinemaldi hemos tenido que esperar casi 8 meses desde que la nueva cinta de Michael Haneke se encumbrase en el Festival de Cine de Cannes. No les voy a engañar, en mi opinión estamos ante una de las cintas del año, la obra cumbre de un arrebatador director, del que decir que es personal es quedarse corto.
El cine de Haneke me resulta fascinante, por su mirada, por su capacidad para guiarte entre lo sórdido y lo oscuro sin dejar que te tropieces, por lo psicológico del mismo, por lo profundo de cada plano. Con La cinta blanca parece que pone punto y final a ese proyecto largamente gestado y buscado, mimado, con una de esas películas que nacen para convertirse en clásicos incontestables.
Siento ser más exaltado que el cronista del concierto de Muse en Madrid, pero es que es difícil contener en palabras cautas las ganas que me reinan en la formación de estas líneas.
Todo aquel que conozca a Haneke, el director de lo turbio, con películas como El vídeo de Benny, o Funny Games, o La pianista o Caché, no debe pasar esta oportunidad. Está claro que no es película de masas, pero suena a lección de historia en toda regla, y a blanco y negro frío y duro, a película densa, a una sesión agotadora en el cine, a necesitar de muchos visionados, pero de lo que podemos estar seguros es que vamos a salir del cine con algo. Haneke no gusta de turbar gratuitamente como, por ejemplo en ocasiones, Lars Von Trier.
Nos vemos en el cine.