Sacha Baron Cohen. Ni más ni menos. Éste es el hombre que está detrás de Bruno, y de otros personajes que ya ha llevado al cine como Ali G y Borat. Con un formato que no esconde que proviene de la televisión, nos ofrece una fórmula tremendamente original. Lo que no está tan claro es que si una fórmula buena o no...y lo que es seguro es que se trata de una fórmula imperfecta.
El espectador cada vez es un hueso más duro de roer. Nos estamos acostumbrando a todo y el cine cada vez lo tiene más difícil para contarnos una historia que nos creamos. Por eso son muchas las propuestas que tratan de afinar lo máximo posible la línea entre realidad y ficción para tratar de atrapar al espectador con historias lo más cercanas posible. Lo vemos en la tele todos los días: realitys, mucho documental con cámara al hombro, periodismo de cámara oculta,... y lo hemos visto también en el cine con fórmulas que van desde películas como Rec, el seudomovimiento Dogma o, si me apuran, películas tan diferentes como Tristram Sandy o la reciente Harvey Milk.
Lo que nos ofrece Bruno es lo mismo sin parecerse en nada. Se trata de incrustar un personaje paródico (en éste caso relacionado con el mundo gayer y fashionable) entre personas reales y en situaciones reales. A veces más ficcionadas y otras menos, pero situaciones reales al fin y al cabo. Lo bonito de éstas películas es que ni los propios perpetradores saben cómo van a resultar exactamente. También radica ahí su mayor peligro: como comentaba en las primeras líneas de ésta precrítica, la fórmula resultará imperfecta...
Resumiendo, se trata de un tipo de películas mucho más sesudas de lo que parecen, en un formato diferente y que a ratos se hará realmente difícil para el espectador. Ésta película es sólo para aquellos que estén dispuestos a pagar ese peaje a cambio de recibir pinceladas de la realidad social americana mucho más realistas que cualquier documental de cámara oculta o reportaje de Callejeros.
Yo, desde luego, no me la pierdo.