El sueño de Casandra no es una mala película. Dista de. Es más, es una buena película, que tiene momentos realmente fabulosos. Pero también tiene otros que, simplemente, fallan. Es una película seria de Woody Allen, pero menor. Y no por pretensiones, sino porque no acierta, en según qué cuestiones.
Para empezar, estamos ante un enfoque e intereses similares, casi idénticos, a los de Match point. De nuevo la narración se cimenta sobre dos palabras que fueron título: Crimen y castigo. Pero lo que allí era sabiduría y paciencia, aquí se convierte en una suerte de narración arrítmica, coja, algo tropezada.
Pero, ¿por qué lo que allí funcionaba aquí no resulta igual? Sencillo, sólo hay que analizar las tramas argumentales. En Match point tenemos a un arribista, un protagonista joven, atractivo y con maneras, que pretende entrar en esa alta sociedad, algo que va consiguiendo al comprometerse con una chica bien. Pero, maldito destino, se enamora de una chica sin oficio ni beneficio pero infinitamente más atractiva, sensual, etcétera etcétera. Daos cuenta, es un argumento que Allen ha manejado en decenas de ocasiones; tanto valdría para una de sus habituales comedias. A su antojo, aprovecha ese mundillo que tan bien conoce para tejer en él un crimen justificado precisamente por esa telaraña de relaciones y diseccionar a su personaje y sus circunstancias con una profundidad inusitada.
Pero en El sueño de Casandra no. Aquí el crimen llega de fuera. Un crimen en el que la víctima es, para sus protagonistas, un perfecto desconocido. Por eso, aunque Allen consigue grandes escenas aquí y allí, no es capaz de llevarnos hasta los primeros pasos criminales de los protagonistas con soltura. Se pierde en escenas cortitas y algo insulsas, que poco importan, centradas en los escarceos amorosos de Ewan McGregor, en lo picarona y sensual que es su chica. Todos queremos, sí, ver las posibilidades que la vida le ofrece a McGregor a fin de entender lo que puede conseguir a cambio de vender su buena o mala conciencia. Pero Allen se pierde en sus situaciones de siempre cuando, esta vez, lo que interesaba no estaba ahí.
Por eso la escena del tío pidiendo a sus sobrinos ese favor resulta atropellada, y no del todo creíble. En cambio, luego se toma su tiempo, como si temiera no hacerlo lo suficientemente gradual, para que nos vayan contando lo loco que se está volviendo Colin Farrell. Sus tormentos. Sus pesadillas. Ni siquiera las vemos. Nos las cuentan.
Y de nuevo, Allen se pierde en una extraña prisa y brusquedad al narrarnos el desenlace, con tan poco poso, tan poca paciencia, tan abrupto. No sabe tomarse el tiempo que sí se tomó en Match point. Simplemente, porque aquí no está en su terreno, y se siente extraño.
Leído así, todo parece muy negativo. Tampoco es eso. La película, a pesar de sus altibajos, se sigue con interés. Me gusta mucho la relación entre los dos hermanos, y me gustan mucho los cambios de racha del personaje de Colin Farrell. También me gusta la escena del crimen. Repentinamente tranquila, sabia, sobria.
Eso sí, no me gusta la banda sonora. Tiene algún momento hermoso, pero en general es bastante machacona, siempre queriendo subrayar demasiado lo que ya es evidente en pantalla. Philip Glass es un músico que funciona en cierto tipo de películas (un tipo muy indeterminado: funcionó en El show de Truman, o en Kundun, por ejemplo) pero cuando está fuera de su ambiente su trabajo puede resultar muy insatisfactorio. Ya me extrañó, en los créditos iniciales, descubrir que Allen había recurrido a un compositor. Es algo nuevo en su filmografia.
Al final, la conclusión es la obligada: A pesar de sus pretensiones, esta es una película menor en la filmografía de Allen, pero también una de las que se agradecen. Nada que ver con la vaga ligereza de Scoop, por ejemplo. Una película que merece la pena ver. No es el descalabro que muchos pretenden vender.
PD: Sí, estaba a punto de cerrar esta crítica con 3 estrellas, tranquilas, bien altas. Pero recordando mis 4 estrellas a Scoop no considero justo dejar a El sueño de Casandra por debajo.