La Nouvelle Vague se gestó mucho antes de que François Truffaut debutase en la dirección con Los 400 golpes; las páginas de Cahiers du Cinemà fueron el paso primero para una generación que, desde la sección crítica del cuaderno cinematográfico por antonomasia, dio pronto el salto a la realización.
Un 4 de mayo de 1959, los cines de Francia conocieron el estreno de Les 400 coups, película que a la sazón se ha tenido en consideración como cinta inaugural de uno de los movimientos generacionales, culturales y estilísticos más relevantes de la Historia del Cine: la Nouvelle Vague. Fue hace exactamente 50 años.
Con Truffaut llegaron Godard, Chabrol, Resnais, Malle o Rohmer. Sus preceptos, tan radicales como paradójicos. Las normas narrativas más convencionales del lenguaje cinematográfica estaban para romperse, parecían intentar demostrar, y sin embargo no dudaban en mostrar su mayor apoyo y adhesión al trabajo de "artesanos" maltratados por la crítica norteamericana como Hitchcock o Ford, a los que la troupe de Cahiers consideraba verdaderos "autores".
Aquel mayo de 1959, Los 400 golpes supuso precisamente un golpe sensacional en la retina de los espectadores del Festival de Cannes. El certamen premió a Truffaut con el galardón al Mejor Director. La audiencia conocería también ese año títulos como Al final de la escapada (Godard) e Hiroshima Mon Amour (Resnais), que confirmarían que una nueva ola amenazaba con romper para siempre con el Cine hasta entonces conocido.
Ya en pleno siglo XXI su eco todavía es palpable, y su influencia traspasó fronteras para que muchas de sus premisas fueran pervertidas incluso en la gran industria hollywoodiense. Aún hoy, cada vez que un joven realizador galo asombra con nuevas apuestas enseguida la prensa especializada se acoge a la etiqueta: "el nuevo sucesor de los realizadores de la Nouvelle Vague"; Leos Carax u Olivier Assayas saben muy bien qué implica esta carga.